El sábado pasado estuve esperando una media hora a mi hijo, quien se quedó pasando pruebas con su Akela. Daba gusto verlo con otros lobatos, armando una camilla con sus camisas… Me mantuve lejos a propósito, para no interrumpirle en su pase de pruebas: desde la distancia podía ver cómo mi “chiquito” estaba creciendo cada vez más.
Por el contrario, unos días después estuve en una cabina de internet, haciendo tiempo hasta que llegara el momento de recoger a mi hija de una clase. Navegaba tranquilamente por algunas páginas, cuando de repente irrumpieron una mamá con su hijo, de unos 11 años. Ella hablaba atropelladamente, y del montón de palabras que pronunció, comprendí que estaba recontra apurada y que tenía que hacer un trabajo con el chiquillo. Para mi mala suerte se sentaron a mi lado. Digo “mala suerte”, porque su bla bla bla interrumpía mi concentración. (OK: es buena suerte para ustedes, porque al menos tengo una anécdota para contar!). Más o menos el diálogo fue así:
– Hijo: Apúrate pues! Siéntate! ¿Qué es lo que tienes que hacer? Apúrate porque no tengo mucho tiempo.
– Una historia.
– ¿Una historia sobre qué?
– Sobre cualquier cosa, mamá. Tengo que escribir un cuento.
– ¿QUÉEEE!!!??? ¿Tienes que escribir un cuento? ¿Y cómo lo vas a hacer?
– No sé…. pensaba buscar uno en internet, COPIARLO Y PEGARLO en word, imprimirlo y presentarlo.
(Imagínense mi cara en ese momento….. Ya veía que la mamá le iba a explicar al chico que eso no era lo correcto).
– ¿Copiar y pegar? – preguntó ella – Noooo!!! Eso no!!! La profesora se va a dar cuenta al toque de que tú no lo has escrito.
– ¿Entonces? ¿Qué puedo hacer?
– Busca uno que te guste y LE CAMBIAS LOS PERSONAJES.
(Sí. Leyeron bien. Esa fue la propuesta materna!)
Madre e hijo, contentos con la solución, comenzaron a buscar en el Google: Cuentos… cuentos…. eligieron uno de los primeros que aparecieron en la lista. Y fui testigo de un burdo plagio: la mamá dictándole al chico todo el cuento, reemplazando personajes y lugares por otros de su imaginación. El chico sólo tipeaba velozmente. Es decir: ni siquiera era capaz de variar ÉL MISMO el cuento original.
Después de unos minutos, estaban listos. La mamá leyó rápidamente (y obviamente en voz alta) la versión escrita por ellos. Cuando terminó, hizo el siguiente comentario:
– Oye! Qué bien nos ha salido! Hasta podrías GANAR !!!
Deduje que el cuentito era para un concurso. Yo estaba (y sigo estándolo) indignada con la actitud de esta mujer. ¿Qué tipo de madre aplaude a su hijo cuando hace trampa? Hoy fue una tarea escolar… ¿mañana qué será? ¿Evasión de impuestos? ¿Corrupción? ¿Chantaje? ¿Sacarle la vuelta a su esposa? Tenía muchas ganas de decirle algo a esa “madre”…. pero seguro que me iba a contestar alguna barbaridad como “métete en tus asuntos”. O “mi hijo tiene muchas otras tareas… por eso le tengo que ayudar así.”
Quiero hacer una confesión. Durante mi época escolar no tuve mayores problemas, con excepción de los cursos de Educación Física (no se rían!) y lo que se llamaba “Formación Laboral”, concretamente: tejido y costura. Yo envidiaba a los hombres, que podían escoger entre electricidad y mecánica (muy útiles para la casa); en cambio las niñas sólo podíamos hacer tejido (en 5to y 6to grado) y costura (de I a III de media). Mi mentalidad “práctica” de aquel entonces, pensaba que era inútil aprender tejido o costura, cuando tranquilamente podía comprarme ropa en la tienda.
Paralelamente, y esto les consta a mis compañeros de colegio y a mi mamá, diariamente tenía toneladas de tareas. Sin exagerar: reunión familiar que había, e inclusive viajes de vacaciones, yo llevaba cuadernos con tareas! Era terrible. Si había 13 materias, 10 dejaban tareas casi todos los días. A veces terminaba de hacer mis cosas tardísimo, como a las 10 de la noche o más (y no era que flojeara durante la tarde! Desde que llegaba a la casa, comenzaba con mis dichosas tareas, sin distracción alguna). Por eso, en verdad, no tenía ya tiempo para sentarme a tejer o coser. Cierto: tampoco tenía ganas… pero aunque las hubiera tenido, me faltaba el tiempo. Así que mi mamá, o mi tía (que tejía lindo) me salvaron en varias oportunidades… Dicho sea de paso: hoy me arrepiento! porque cuánto quisiera saber tejer o coser algo más que bastas y botones.
Tal vez, en el fondo, no haya mucha diferencia entre lo que hizo ese chico y lo que yo. El plagió un trabajo ajeno y yo presenté labores de otra persona… Pero, eso sí: no recuerdo que mi mamá o yo nos hayamos pavoneado de “mis” obras . Y si hubiera habido un concurso, de hecho, no las habría presentado. ¿Ganar con trampa? Impensable. Así me enseñaron en la casa, y es algo que agradezco a mis padres.
Siempre se dice que los jóvenes de hoy son los adultos del mañana. Sí. Pero hay que ser más conscientes de esta frase! En serio: ELLOS-SON-LOS-ADULTOS-DEL-MAÑANA! Así que los adultos de hoy tenemos una responsabilidad tremenda para dejar este mundo en buenas manos.
Termino con esto: hace años diseñé las actividades del Programa VAP (Vamos a la Playa), de la Parroquia San Felipe Apóstol, programa orientado a niños de zonas marginales. Y algo en que seguimos poniendo énfasis al capacitar a nuestros Monitores (que vienen a ser como los Guías de Patrulla) son los siguientes puntos:
1. Jugar SIN TRAMPAS.
2. Jugar HASTA EL FINAL, aunque otro equipo ya haya ganado.
3. Hacer barra también A LOS PERDEDORES que todavía continúan jugando hasta el final.
Creo que podrían ser unas buenas pautas también para nuestras reuniones de tropa o de manada. Nunca hay que perder de vista que el Escultismo es un movimiento FORMATIVO y no un simple club de entretenimiento. Cada sábado (o el día de la reunión) es una oportunidad más para ayudar a crecer a los chicos. No la dejemos pasar de largo.