Augusto Chian W., 2 años en el Campamento Eterno

Hace dos años, mi papi tomó su mochila
y se marchó al encuentro del Señor,
que lo recibió con los brazos abiertos.
Desde entonces, cada domingo vamos a Huachipa
para ponerle unas flores, limpiar su lápida,
conversar con él un ratito y hacer una oración por su alma;
le hemos dejado unas paltas que tanto le gustaban
y le hemos mandado saludos por el Día del Padre,
usando globos con helio.
Inclusive en varias oportunidades
nos hemos dado con la sorpresa de que alguien llegó antes
y le dejó un ramillete de flores y seguro que una oración.

Es bueno saber que – además de nosotros –
hay personas que siguen recordándolo con cariño,
que siguen teniendo en cuenta sus enseñanzas,
o que siguen muy agradecidas con algún favor recibido de él,
o que simplemente – al pensar en él –
sonríen contagiados de su buen humor.

Estoy muy agradecida con el Señor,
pues aunque ahora mi papi esté a su lado y no podamos verlo,
al mismo tiempo
Dios le permite estar más cerca que nunca de todos nosotros.

Tengo la confianza
de que las promesas de Cristo se han cumplido;
ténganla ustedes también:
mi papi, ahora sí, vive para siempre.