Un día leí un cuento sobre lo que ocurría en un escritorio. Cada uno de los útiles se sentía de lo más importante: el lápiz, el lapicero, la regla, etc…. En cuanto a la hoja de papel, ella estaba muy orgullosa de su aspecto: pulcro, limpiecito, puro, blanco. Hasta que se lo hicieron notar: estaba vacía. Nadie había volcado sus ideas en ella, así que de nada valía su belleza exterior.
Hace poco estuve en el velorio de Guillermo Flores, dirigente de amplia trayectoria en nuestro país. Y lo que más me impresionó ahí, fue una tarjeta colgada en un arreglo floral:
“Siempre recordaremos tus enseñanzas”.
¿Cuántas personas de las que conocemos – incluyéndonos a nosotros mismos – podrán tener el lujo de recibir una tarjeta como ésa? ¿Qué vida estamos llevando? ¿Servirá de inspiración positiva para otros? ¿O tan sólo somos como la hoja de papel?… blanca, hermosa, pero vacía! sin nada que legarle a las próximas generaciones.
Descansa en paz, amigo Guillermo.