“A luchar por la justicia!” era el lema de Supermán (creo) cuando lo daban en dibujos animados hace siglos. Nunca lo digo – me parece medio huachafín – pero supongo que de alguna manera lo llevo dentro.
Les contaré que en estos días ando medio “revolucionaria”, para algunos. Lo que sucede es que en el colegio de mi hijo hasta el año pasado se cobraba la pensión en dólares, y por la caída de esta moneda es que el colegio decidió pasar las pensiones a soles – informando de esto en el último día de clases. La jugada es que el tipo de cambio utilizado era uno bastante distinto del de diciembre (que como todos saben, ha seguido bajando). Por tanto, la pensión salía US$ 34 más de lo previsto (unos S/.100 más por cada alumno). De este detalle se han dado cuenta pocos padres de familia… y hubo uno que escribió al colegio preguntando el porqué del tipo de cambio utilizado, sin haber obtenido respuesta alguna.
Esto me animó a escribir un mail con varios puntos que resumían la situación, como para abrirles los ojos a otros padres de familia. Es así como he terminado reuniéndome con varios papás y con la APAFA, para tratar de informarnos más y buscar la mejor forma de que el colegio nos diga las cosas de manera más clara (en otras palabras: solicitamos más transparencia, para evitar suspicacias… esta transparencia involucra Balances, Estados Financieros, presupuestos y relación de proyectos previstos por el colegio). Así que escribimos una segunda carta pidiendo la mencionada transparencia, y la dirigimos a varios padres de familia, para ver si voluntariamente la firmaban. Sólo así el colegio vería que varios papás estamos efectivamente preocupados por el tema, y no es cuestión de uno o dos gatos.
Pues bien. Ayer me he encontrado con dos mamás. Una tenía una actitud bastante derrotista: todo lo que hacemos es por las puras, porque el colegio no tiene por qué enseñarnos nada. Además: es bastante barato con relación a otros colegios de su mismo nivel. Este argumento es cierto, pero no por eso se puede aceptar un alza indiscriminada, pues con el mismo criterio nos pueden subir de repente US$ 300 al mes por alumno. ¿Seguiríamos con la boca cerrada? ¿O seguirían los comentarios por lo bajo, sin tratar de buscar alguna explicación?
La otra mamá tenía miedo de firmar, porque el colegio podría tomar represalias contra los hijos de los firmantes. Claro que su caso es bastante peculiar: su esposo es profesor del colegio, y tal vez su miedo viene más por el puesto de su esposo que por una posible represalia contra sus hijos.
Por supuesto que lo último que yo querría es que el colegio eche a mi hijo de sus aulas. Pero no creo que esto ocurra. Sería una cosa tan descaradamente injusta, que hasta podría ser denunciada ante el famoso cuarto poder de la prensa. Aparte, no estoy en contra del colegio, no. Sino que quisiera una relación más transparente con la institución, saber que puedo confiar en sus administradores, que la plata que voy a pagar por mi hijo va a ser bien utilizada: no sólo en los sueldos del personal, sino también en el mejoramiento de las instalaciones, o de los departamentos de apoyo a los chicos, o de las actividades extracurriculares, etc. Nadie está hablando de que alguien se esté tirando la plata; tal vez simplemente hubo un error, o una mala administración con costos demasiado elevados que hay que cubrir ahora con el alza de pensiones. Por eso, es mejor evitar habladurías e ir a la raíz del asunto.
No crean que no me he metido en problemas anteriormente por haberme convertido en “paladín(a) de la justicia”. Ocurrió hace siglos, cuando estaba en la universidad: era mi primera clase del curso de ventas, con el mismo profesor que me había dictado otro curso el semestre anterior – el cual me consideraba una alumna bastante buena. Recuerdo que era un día de semana por la noche y muy poca gente había asistido (seguro los demás estaban en sus rezagos veraniegos). El profesor dijo entonces: “No puedo venir en este horario, así que voy a cambiarlo a los sábados en la mañana. ¿Les parece?”. La verdad es que no me parecía correcto. Uno se matricula escogiendo los horarios que le convienen entre los que hay ofrecidos. En la matrícula este profesor no había puesto la opción de sábado en la mañana, y posiblemente varios alumnos (entre ellos, yo) ya tenían ocupada esa hora – fuera con otras clases de la universidad, o cualquier otra actividad.
Entre el murmullo de la gente (obviamente de descontento) dije:
– Profesor: no me parece. Ya hemos armado nuestros horarios con su curso a esta hora. Si usted no podía, ha debido anular el curso antes de la matrícula. Pero aun así: no puede cambiar la hora, sólo consultándonos a nosotros: apenas somos 10 esta noche, como un tercio de la clase. Deberíamos escuchar a los demás también.
– ¿Los demás? ¡Qué te importan los demás!
– Profesor : por eso el Perú está como está, por tantos que piensan como usted, sin importarles los demás.
Plop! Hubo un silencio sepulcral entre mis compañeros…. Ah sí. Quizá fui muy impulsiva, pero la verdad se me salió del corazón, a pesar de que todo el semestre pasado me había llevado muy bien con este profesor. Entonces él se acercó más a mi carpeta, con actitud amenazadora y cachacienta a la vez, y bajando el tono de voz me dijo:
– Ten cuidado con lo que dices. Y ten cuidado este semestre.
Ajá. Fue una clarísima amenaza de muerte. De hecho todos esos meses el profesor me quiso agarrar de punto, hacerme caer en la primera, hundirme, jalarme, bajarme el promedio. Pero no pudo, porque era evidente ante todos que mi capacidad de aprendizaje era mucho mayor que su capacidad de venganza.
A veces hay que arriesgarse, ir contra la corriente, pero sólo si lo que se defiende es algo justo. No se trata de dar la contra porque sí. Tampoco es para ser figureti y que los demás le admiren a uno. El que verdaderamente trabaja por algo bueno, no se siente superior a los demás sino que lo que hace le es tan natural como respirar. Yo tuve la suerte enorme de conocer al P. Hubert Lanssiers. Si bien es cierto, odiaba sus clases de filosofía en el colegio, lo quise como amigo y lo admiré como hombre luchador, un hombre capaz de convencerle al sistema penitenciario de que podía mejorar, siquiera en algo. Inclusive logró obtener la libertad de varios inocentes (recontraprobadísimos) que estaban inculpados injustamente. Lanssiers nunca lo hizo para ganarse una medalla. A él le bastaba el agradecimiento sincero de los reclusos. Seguro fue criticado por muchos, incomprendido por otros, pero eso nunca le importó… y por eso hoy descansa verdaderamente en paz.
Para concluir, vuelvo a las mamás con las que conversé. Actitudes derrotistas o conformistas – como las de la primera mamá – y temerosas – como la de la segunda mamá – no debería haber entre los scouts. Ya lo puse en otro artículo, recordando las palabras de BP: Para el Scout no hay nada IMPOSIBLE. Si nos vemos en una situación de injusticia, no podemos quedarnos con los brazos cruzados, esperando que se solucione como por arte de magia. Hay que pensar con la cabeza fría y tratar de buscar soluciones. Al final estas soluciones nos beneficiarán no sólo a nosotros, sino también a aquellos derrotistas, conformistas y miedosos… que quizá no nos agradecerán por los esfuerzos realizados, pero que en el fondo de su corazón descubrirán que estábamos en el camino correcto… y a lo mejor se animan para la próxima y ya no se quedan al costado del camino como meros espectadores.