Algún tiempo atrás me llené de correos de amigos que me invitaban a entrar al Facebook. Al comienzo no les di importancia, pero… no tardé en caer en ese “vicio”: subo fotos, recibo mensajes, me río con las Galletas de la Suerte, etc. Sin embargo lo que más me gusta del “Feisbuk” es la posibilidad que me ha dado de reencontrar amigos de hace cuchumil años… No sé si habria podido ubicarlos de otra manera.Es así como he vuelto a ver las caras de varias chicas de mi patrulla y a otros tantos chicos que eran de nuestra Tropa allá por los años 80. Algunos rostros han cambiado bastante, otros no tanto…. varios se han “clonado” en sus hijos, muchos salieron del país… pero todos recuerdan con cariño los tiempos en que portaron la pañoleta.
Además de estos muchachos del barrio, están los scouts que he ido conociendo en jamborees y otros eventos. Ahí está Márcio Sequeira (Brasil) – querido amigo a quien conocí en el Moot de Polincay, 94, y luego reencontré en los Mundiales de Chile, 99, y del Centenario, 2007… Renato Bustamante, el Pato Petersen (los dos de Chile) y el “pollo” Fernando Solari (Argentina) – con quienes trabajé en el Jamboree Los Lagos, 92 … Roberto Parra (Chile) con quien nos hicimos amigos en el Jamboree Colombo, 93, y a quien reencontré de casualidad en el Centenario, 2007… Kristine Perander (Noruega) y Neil Crumpton (U.K.) , ambos también participantes del Centenario… Sandor Meij, mi mejor amigo del Jamboree Mundial de Holanda, 95… y Ale De Souza, mi “scout pen pal” desde el 88 (en la época que no existía el email), a quien le había perdido la pista hace algunos años, hasta que apareció mágicamente en la pantalla del Fbuk. En fin! Tantos rostros, tantas historias… (Discúlpenme si no menciono a todos los demás; si lo hiciera, no terminaría nunca este post!)
Aunque quiero mucho a varios de los amigos mencionados (y también a varios de los no mencionados), hace unos días tuve un reencuentro Feisbukiano muy emotivo: logré contactar a un chico a quien conocí en el 88, con quien compartí apenas una semana, y a quien no había vuelto a ver desde entonces. Se trata de Daniel Blanco, o Daniel “el cordobés”.
Buenos Aires. Era mi primer viaje a una Conferencia Scout Interamericana. En verdad era mi papi el que asistía a las reuniones, mientras que yo participaba en el entretenidísimo programa para acompañantes. Apenas llegué al Hotel Libertador, sede de la Conferencia, me vi rodeada por scouts de mi edad, que me preguntaban si había traído insignias para cambiar (en aquel entonces, todavía no había incursionado en ese mundo). Después supe que esos scouts trabajaban como “Enlaces” en la Conferencia, apoyando a la realización de la misma en diversos menesteres, también en la tarea de acompañar a las personas que participábamos en el programa de Acompañantes. Para mí fue algo estupendo, ya que el 99% de acompañantes eran señoras, mientras que yo recién comenzaba la universidad. Me sentía muy a gusto en medio de gente de mi edad – aunque también hice buenas migas con varias señoras muy agradables.
Un día fuimos a una excursión en catamarán por el delta del Tigre. En el bus que nos llevaba, estuve sentada al lado de Daniel Blanco. Era un chico simpático, cordobés (con todo su acento), ojos brillantes y alegre conversación. Lo que más recuerdo es un debate acerca de si la fresa era lo mismo que la frutilla… tan intensa era la conversación, que varios chicos que estaban en otros asientos también entraron en estas “cuestiones filosóficas tan profundas”.
Uno de estos chicos también se llamaba Daniel y era de Río Negro; aunque sus ojos claros lo hacían parecer serio o triste, tenía muy buen humor. Al final del día éramos grandes amigos con los dos Danieles, y habíamos tomado la importante decisión de que yo debía dejar el Perú (de los nefastos tiempos del terrorismo y de la hiperinflación de Alan García) para ir a radicar en la Argentina (que supuestamente estaba mejor, en aquel entonces). Cuando uno tiene 18 años, los planes brotan sin parar… o no?
En los días que siguieron, anduve en compañía de “mis dos Danieles” (como los había bautizado mi papi). Con el Daniel de Río Negro nos dimos una caminata por la famosa y larguísima avenida Santa Fe, en busca de unos zapatos para mi tía – que debían cumplir con una extensa serie de requisitos. En todo ese tiempo conversamos de nuestras experiencias scouts, de la vida tan distinta que llevábamos en nuestras ciudades, de nuestros estudios, del futuro que teníamos por delante, etc. Ya regresando, en las últimas 20 cuadras conocí mi primera lluvia torrencial: caminábamos inclinados hacia adelante en un ángulo de 45º para no ser derribados por el viento. Llegamos empapados al Libertador, y luego de cambiarme de ropa busqué a mi amigo (que seguía cual pollo mojado) para darle uno de los pocos parches que había llevado: aquella flor de lis peruana con el lema Siempre Listos.
– Es la insignia de primera clase de los Scouts del Perú – aclaré.
– Pero no tengo nada ahora para darte a cambio.
– No la cambio. Sólo se la doy a amigos de Primera Clase.
Quedó pensativo mirando el parche y no se dio cuenta de cuando me fui.
(Así fue como inventé mi propia tradición de obsequiar esa insignia… Aunque ahora ya no existe, pues el esquema de progresión ha cambiado. Bueno, con mayor razón, es más valiosa!).
La última noche de mi estadía en Buenos Aires llamaron a la puerta de la habitación.
– ¿Quién es? – preguntó mi papi.
– Daniel… – dijo uno
– … y Daniel – dijo el otro
– … o sea Daniel al cuadrado – volvió a hablar el primero de ellos.
Salimos con mis dos Danieles a dar una vuelta por el Obelisco…. y nos sentamos en el gras a conversar, mientras contemplábamos un enorme panel luminoso que cambiaba de imágenes (toda una novedad!). En realidad ni sabíamos qué decir: estábamos tristes los tres …. (como los tres tristes tigres que comían trigo). No. De veras estábamos tristes: de repente no volveríamos a vernos nunca más.
Y así fue.
Hubo algunas cartas, pero nunca un reencuentro en persona. Ni yo volví a la Argentina, ni ellos vinieron al Perú. Llamar por teléfono era carísimo, el correo era en extremo lento en esos años y el email apareció muchos años más tarde. Con Daniel, el de Río Negro, sí tuvimos más contacto… pero al cordobés le perdí la huella. Alguna vez en un Jamboree me topé con scouts de Córdoba y pregunté si acaso lo conocían: ellos sabían de él, pero ya no estaba activo en el movimiento. Fuera de ese dato, no hubo más.
Hasta que hace unos días ……lo encontré en el Feisbuk!
Imagínense nuestra emoción!!!
Nos hemos contado un “resumen” de nuestras vidas (de varias páginas de extensión). Y a pesar de que ambos tenemos 2 décadas más, y que hemos pasado por diversas experiencias profesionales (él muchas más que yo), y que ambos nos hemos casado y tenemos varios hijos… en el fondo seguimos siendo los mismos chiquillos de 18 años, que estuvieron juntos apenas un par de días, pero que forjaron una fuerte amistad que ha roto las brechas del espacio y el tiempo.
Debe ser gracias a la Flor de Lis que llevamos en el corazón.